La tentación por el cambio, el miedo a la libertad.

Aceleró, trescientos kilómetros por hora y afuera, la belleza quedaba rezagada, intangible.

La locomotora empujaba nuestra esperanza hacia un destino no programado, trescientos diez kilómetros por hora sobre campos que se extendían hasta las orillas de los mares nórdicos, ahí, donde se entrelazan los espejismos del horizonte anhelado, tan lejano desde aquí.

Monet y rojos tulipanes que empalagan de vida, terciopelos anaranjados por el atardecer convertidos en alfombras por el efecto de la velocidad. ¿Qué hace ese solitario molino entre girasoles cabizbajos? ¿Quiénes son los amenazantes parques eólicos que te rodean? Aspas que giran en reacción al viento como trabajadoras prisioneras, sincrónicas y rutinarias, fieles generadoras de esperanza renovable. Molino triste que adornas tu llanura entre ejércitos eólicos en asedio y yo sin poder saludarte, con la frente contra el vidrio, empañándolo viéndote pasar.

Galopar sin sonidos, levitando sobre los rieles, carentes de fricción. Magnetismo fuera de la realidad para el pasajero observador. Vagón que acomete sin voces ni sueños, carcelera presurización que nos aleja del paisaje tomando un nuevo reo. Un preso, es la imaginación oprimida que languidece optimista.

Van Gong no puedo oler tus campos, el vidrio ahoga, nos priva y la campiña francesa enamora con refinada maldad. Detrás de los trigales, ¿estará lo buscado?, esquiva bella deidad.

Trescientos veinte y el trote del tren armoniza con la pasividad del anochecer. Nostalgia entre aves confundidas añorando los vientos del Mar del Norte, planeo libertador, lúdico, sobre las brisas desordenadas del pradal.

El proyectil belga cruzando sus pastizales, ¿por qué no bajar en esa estación?, allá en el poblado del pasado, aquella villa extraviada de lenguas extranjeras. Iglesias de cúpulas sin protagonismo y portales con caducidad.

El ganado se alimenta entre casitas perdidas, tejados divididos por una callejuela de faroles balanceados por la ventisca. Golpeo el ventanal, las praderas de tonalidades rojizas son quebradas uniformemente por todas las variedades de verde alucinadas, cejas recostadas sobre el vitral, una gota trasparente se desliza en horizontal buscando el firmamento . ¿Es el rocío o una lágrima imitando la perspectiva del paisaje?

Baja de velocidad en los Países Bajos, el frenado monótono, sin sobresaltos recuerda la rutina, desgastante inercia, imperceptible caída. Antonello da Messina envía a tu ángel, sus alas nos lleven hacia las llanuras, ahí donde no existen amaneceres iguales, donde las voces se mezclan y las amistades regalan el vértigo que alimenta el presente.

No, una torre de alta tensión fragmenta el panorama rural ¿a qué poblados iluminarán los cables que sobrevuelan los rieles? ¿Allí se encontrará, aún estará esperando? El velocímetro disminuye, cien kilómetros por hora sin poder cambiar de rumbo, sin capacidad de virar, frustrante limitación de un tren, entregado a la voluntad y dirección de los rieles.

La zona urbana encendió el cielo de un resplandor agresivo y los peones encerraban a su propio rey, el ajedrecista caía en espiral con su fallida estrategia, ¿dónde quedaron los parques eólicos y su energía esperanzadora?

Centraal Station, rumor de ciclistas, tranvías atormentando el pavimento, poesía al borde del canal, sueños irreales en noches pacíficas. La agotadora búsqueda del pensador, paz en el laberinto, impaciencia dentro del cerco.

Imagino el molino encontrando el viento junto al ganado en el anochecer, al escritor domando la soledad y derribando la casa del árbol, allí donde el alfil libera al rey engrandeciendo los movimientos de la reina.

Tentación en los canales, oscuridad. Una barcaza ilumina el pasaje sin veredas, el sonido uniforme del motor lejano recuerda el movimiento del vagón, ¿traerá buenas noticias?, elixir, ¿botellas de pisco desde mi hogar? o la fuerza de la perseverancia, esa inagotable insistencia en el camino errado. La luz está detrás, Paris, la ciudad, a tres horas, Paris, donde mi pluma fue libertina entre puentes y riberas, lejos de los molinos, aún sin conocer las respuestas que ellos le capturan al viento. Esquivos aliados.

Lorca V
Amsterdam, 2010.



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